domingo, 15 de agosto de 2010

UNA SONRISA CONTAGIADA


Son las 6.30 de la mañana, rezagados, agotados por la noche, transitan hacia ninguna parte los herederos del H. Chinaski más vulgar. No me atrevo a mirarles a los ojos porque me da miedo caer en el vacío que hay en ellos. Camino, concentrada en mi misma, sin preocuparme más que en esos pensamientos que a ciertas horas se dejan llevar por sensaciones frugales.

Una voz extraña, dulce, en un tono poco habitual, me saca de mi ensimismamiento, levanto la mirada y me encuentro con un hombre, algo perjudicado por el elixir que todos conocemos por referencia o trato. Se vuelve a dirigir a mí con una dulzura que llama la atención.

Descubro que no es de aquí, pero es tan educado a pesar de su estado de embriaguez, que te invita al acercamiento sin miedo.

Me pregunta algo que no entiendo, se disculpa y se esfuerza para hacerse comprender, pero no hay forma, así que finalmente con una sincera sonrisa se despide y continua su camino. Yo me quedo mirándole un rato sin percatarme del regalo que me ha hecho, su sonrisa quedó petrificada en mi rostro toda la mañana.

Qué fácil resulta sonreír y que difícil lo hacemos, con lo sencillo que es contagiarnos de felicidad unos a otros, aunque sea sólo por unas horas.

Gracias, a ese desconocido que me puso en los labios y en alma un granito de alegría para llevar una mañana que no se presentaba nada buena.

2 comentarios:

La sonrisa de Hiperion dijo...

Sólo tenemos que encontrar, a la persona que nos sepa poner una sonrisa en la boca. La vida deberñia ser siempre así.

Saludos y un abrazo.

Yessen dijo...

para mi eso vale caminar a la parada en las en las mañanas.