sábado, 26 de junio de 2010

RECUERDOS


Hoy me han comunicado que la madre de una amiga padece Alzheimer. Por circunstancias de la vida, tengo experiencia en el trato con dicha enfermedad.

Es despiadad, cruel , astuta, amarga y muy dolorosa para el/la que la padece y para los familiares del mismo/a.

Es difícil ponerse en el lugar de una persona con Alzheimer, pero para mí resulta crucial tomar conciencia de esta patología desde dentro, desde la piel del enfermo/a.


Vamos a cerrar los ojos e imaginar...

Al abrirlos descubrimos estar en un lugar desconocido, no reconocemos el moviliario ni la decoración, no sabemos porqué estamos allí ni cómo hemos llegado, el pánico comienza a apoderarse de nosotros/as. De repente se acerca una persona que nos resulta familiar, nos habla de manera extraña pero con cariño, aunque trasluce cierta tristeza, nos calmamos un poco y nos dejamos llevar porque ... ¿ Qué otra cosa podríamos hacer? Podemos rebelarnos, podemos luchar, podemos pedir ayuda, podemos llamar a mamá - ¿Dónde está mamá?- preguntamos, esa persona tan familiar abre mucho los ojos y no responde, vuelve el pánico, corremos por el pasillo y al pasar por delante de un espejo descubrimos a alguien mayor, un anciano/a que con mirada de desconcierto nos observa detenidamente -y tú ¿Quién eres, por qué me miras así?- seguimos corriendo, cómo cuesta correr, por fin encontramos la salida, agarramos el pomo de la puerta y... ¡Está cerrada!. Todo ésto es una locura - tengo que llegar a casa, mi madre estará esperándome con la comida en el plato, además el último tren no tardará en llegar y si lo pierdo tendré que regresar caminando al pueblo, y todo está tan oscuro... las llaves ¿Dónde he puesto las llaves?- estamos desesperados/as, de rodillas en el suelo, llorando, sentimos como se acerca esa persona tan familiar y susurrando, entrecortado, apoyando su mano en nuestro hombro, nos dice: - Mamá/Papá ven a sentarte al sofá, vamos a ver otra vez esas fotos de cuando vivías en el pueblo y me vuelves a contar cómo ibáis a la escuela sentados en un burro, venga, no llores más.

Entonces dejamos de llorar y un pequeño claro se abre en nuestra memoria, esa persona es nuestra familia, esta es nuestra casa, la misma en la que vivimos desde hace más de 30 años, caminamos de su mano y al pasar de nuevo frente al espejo el corazón se hace pequeño, casi se desvanece al descubrir que el anciano/a que tanto nos miraba no era otro/a que nosotros/as mismos/as.



Estamos hechos de recuerdos y aunque no sólo de recuerdos existimos, al desaparecer únicamente queda eso, recuerdos.

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